lunes, 19 de febrero de 2018

Pesadilla

Hubo un momento en que se sucedieron todas las tragedias juntas, todos los llantos desconsoladores liberados en un mismo grito de angustia, todas las tormentas feroces contras las costas de todas las almas pobres solitarias. Se pensó en rezar en algún dios de esta u otra tierra, quizás todo un olimpo lleno de pedidos y súplicas. Fue toda la furia contra el suelo, ya rodeado y lleno de miserias y sangre coagulada. Llovió azufre, aceite hirviendo y las plagas del antiguo testamento, una tras otra, se fueron vomitando sobre la superficie como si un volcán las fuera lanzando en orden. 
Fue ese momento de terror el que todo el mundo estaba esperando. Tanta espera, tanto deseo al dolor y el morbo de golpear lo golpeado se hacía carne en un huracán de castigos enumerados por los ilusos que esperaban ser testigos de una mentira diagramada. 
El fuego quemó todo a su alrededor y los tornados rompieron todos cimientos. Un cuerpo que era un mundo ahora convertido en una nueva canción llena de tristeza. El cuerpo, quemado, golpeado, dolido, ahogado, machucado, roto, colgado, castigado, asqueado, allí estaba. El mundo era él. Él lo era todo. El todo era un instante en su mente. 
Y su mente era nada, nada flotando en la nada. Como si una existencia se resumiera a contemplar esa lista de catástrofes que se anotaban en la lista de la muerte. Una muerte lenta, agónica, irónicamente bella.