Fue ese momento de terror el que todo el mundo estaba esperando. Tanta espera, tanto deseo al dolor y el morbo de golpear lo golpeado se hacía carne en un huracán de castigos enumerados por los ilusos que esperaban ser testigos de una mentira diagramada.
El fuego quemó todo a su alrededor y los tornados rompieron todos cimientos. Un cuerpo que era un mundo ahora convertido en una nueva canción llena de tristeza. El cuerpo, quemado, golpeado, dolido, ahogado, machucado, roto, colgado, castigado, asqueado, allí estaba. El mundo era él. Él lo era todo. El todo era un instante en su mente.
Y su mente era nada, nada flotando en la nada. Como si una existencia se resumiera a contemplar esa lista de catástrofes que se anotaban en la lista de la muerte. Una muerte lenta, agónica, irónicamente bella.