jueves, 20 de octubre de 2016

María

María amaba y Juan golpeaba.
María callaba y Juan violaba.
María se dejaba, Juan amenazaba
María sabía que iba a cambiar. Juan volvía con más fuerza
María lavaba los platos, Juan bajaba su bragueta.
María quería gritar, Juan acabar.
María se humillaba, Juan se iba de putas.
María se lo buscaba, Juan castigaba.
María pedía permiso, Juan decidía.

María se cansaba, Juan podía avivarse.
María buscaba ayuda, Juan volvía ebrio.
A María no la escuchaba la familia, Juan seguro no era bien atendido.
María estaba sola, Juan se reía con los amigos.
María juntaba fuerzas, Juan era más poderoso.
María podía buscar a la policía, Juan los conocía a todos.
María se maquillaba más, Juan la amaba demasiado.

María no tenía marcha ni ley, a Juan ni le importaba.
María todavía lo amaba, Juan no quería cocinarse.
María temía por sus hijos, Juan también los criaba.
María vomitaba a la noche, Juan olía a pantano.
María no trabajaba, Juan quería dejarla en la casa.
María no se compraba ropa, Juan le conocía los gustos.
María quería decir chau, Juan le decía Putita.

María quería protección, ni forro usaba Juan.
María un dia se animó, Juan la castigó y la encerró.
María lloraba de dolor, Juan lo hacía por su bien.
María cargó de vuelta su valor, Juan esta vez no lo vio.
María quiso denunciar, Juan quería la cena.
María se fugó, Juan la buscó.
María escapaba, Juan tenía que enseñar.
María esta vez gritó, Juan la fajó.
María se defendió, Juan la incineró.

Por María nadie preguntó, Juan un pozo grande cavó.
A María después la encontraron, de Juan poco sospecharon.
Alguien dijo a María la mató Juan, otro dijo seguro por pasión.
A María nadie la reclamó, a Juan nadie lo juzgó.
María es una más, Juan es tantos otros.
María no debería ser una menos, a Juan la justicia debería llegar.

martes, 18 de octubre de 2016

En silencio sin saber

No sé escribir poesía de rimas doradas,
sé dedicarte largos y estrechos versos,
amargos y muchas veces oscuros,
no sé hacerlos de otra manera.
Versos turbulentos y dedicados,
pasiones en puño y letra,
razones para no verte más,
adicciones en el mismo ser.
No sé escribir cosas bellas para tí,
no sé decirte cómo has ido hoy,
no sé esperarte, tampoco desearte,
sé como mirarte y contemplarte.
No sé despedirme ni peinarme,
tampoco sé como agarrarme,
sé querida como pintarte,
como mancharte y lavarte.
Sé como poner un mantel,
preparar la cena y llevarte a correr,
también sé de vagar y penar,
ando con ganas de saber beber.
Y debo decir que no sé detener el tiempo,
o parar la tempestad de las pieles,
pero sé la caricia de porcelana,
que en silencio, sin saber, te mueres por tener.

Graffiti VII

Se apaga en la sombra de un naranjo en la siempre misteriosa Buenos Aires. Una esquina de veredas amplias y baldosas prolijas, de señora con balde un domingo por la mañana. Es barrio, es Barracas, es algo de nostalgia. Es un poco de recuerdo y algo de amargura:
Cuando tus luchas eran nuestras.

lunes, 17 de octubre de 2016

Tres

Tres años han pasado.
Tres primaveras esfumadas en el viento, desintegradas en las mentes que ya no recuerdan, desarmadas entre los dedos.
Tres días de la lealtad, palabra que semana tras semana cobra un nuevo significado. 
Tres años de mentiras encantadoras, fáciles instrumentos de seducción para las almas que de excusas saben un montón.
Tres años de tiempos con sonrisas apagadas y manos menos callosas.
Tiempos de pensamientos y tenebrosas noches de bohemia y cerveza.
Tiempos de preguntas a las cosas y el andar sin una brújula.
Han transcurrido tres que fueron todo y a la vez nada.
Un poco de arena en el reloj.
Una fiera volando sobre la hierba a toda velocidad.
Tres que siguen siendo un arcoiris hacia el horizonte en un cuadro.
Siguen siendo el vuelo de un cóndor, siguen siendo una voz en la cueva, siguen siendo algo que late, siguen siendo un camino, tormentoso y sinuoso camino. 
Han pasado tres años, menos personas y la fatalidad en el código, la traición y la confianza.
Tres años de fútbol y café también. 
Son tres años que parecen tres horas.
Tres esperando un juez que diga usted tiene razón.
Tres años en los que se extraña poco y se sufre menos.
Tres años en los que se pasa todo lento.
Tres años de soles amargos y tardes incoloras. 
Tres.
Solo tres.
Ya tres.
Tres estaban ahí sentados.
Tres miraron y se cargaron de odio.
Tres se excusaron.
Tres se cagaron.
Tres, un tribunal.
Tres, un trineo amagando sinceridad.
Tres pares de ojos que no decían nada.
Tres bocas que expresaban lo que hubiesen expresado mucho tiempo antes.
Tres manos sudorosas.
Tres gritos en tres gargantas.
Tres festejos, discretos, por las dudas.
Tres contra uno.
Tres que podían multiplicar por tres. 
Tres amigos esperando afuera.
Tres reclamos y tres confidencias.
Tres días de lucha.
Tres semanas de perdición.
Tres días en el jardín, tres cartas y tres excusas.
Tres tiros en la plaza.
Tres llantos. 
Tres años esperando. Algunos han llamado.
Tres todavía no lo hacen.
Tres las Marías, tres la trinidad.
Tres los deseos y tres las misiones. 
Tres maldita sea.
Tres.
Necesitaron tres.
Tres. 

domingo, 16 de octubre de 2016

Graffiti VI

Las nubes y el olvido lo tapan en la esquina de una calle de barrio en Villa Crespo. Un ciruelo también ayuda en la cruel tarea de dejarlo oculto a la vista de los caminantes. Dicen que en cualquier momento un negocio arrasa la esquina e instala un nuevo local de ropa o un bar con carteles que hablan de otro barrio. 
Por las dudas, en la pared del tiempo, todavía grita:
No es la cantidad, es saborearlos. 

Luna de 16 de octubre

La luna brilla eterna en la noche. Es una noche que no durará por siempre, pero ¿qué es acaso la eternidad sino una cuestión efímera? Se maravillan en la inmensidad de una luna pasajera pero eterna en las pupilas de quienes la miran.
La luna clama bondades. Pide esperanza. Regala los sueños.
Busca su amado sol en la espera de la noche.
Condenada a amarlo y esperarlo por los sacerdotes del pasado. Lo espera y le regala el firmamento para que lo riegue con sus rayos de luz. Cede su protagonismo para que las plantas y los niños lo alaben y lo esperen a él.
Pero ella está ahí. En el fondo sabe que sin su claridad no habría otro día, no habría febo ni nada más. Sonríe en silencio, en la oscuridad de una noche que solo ella puede cambiar. Hoy lo hace y brilla como nunca. La miran desde todas partes como cada tanto pueden hacerla.
Ella lo sabe. En el fondo lo sabe todo.
Y se deja mirar. Se deja contemplar, se deja enamorar. Canta mientras los amantes hacen el amor, mientras se cargan de energía y se animan a correr. Mientras besas la hierba desnudos, apenas iluminados por la luz que regala ella. Es una noche especial, lo saben todos. Como pocas veces, la esperan a ella y la desean. A él no lo quieren, no quieren que arruine la fiesta.
Ella piensa entre sus cráteres por qué ella es ella y por qué él es él. Por qué ella es la noche, la que parece vírgen y pura, y él es el vigoroso, el potente, el poderoso.
En definitiva, sabe, sin ella no habría otro día.

Ellos

Se cojen durante horas en un trance de música pesada. Como las drogas que consumen, como el adiós que se viene dentro de un rato, como la tarde bajo el sol y las frentes empapadas en sudor. Se aman atornillándose en el sexo del otro porque saben que es el adiós, como una larga despedida que merece el mejor de los finales posibles. Se besas cada lunar que tienen. Se muerden cada imperfección de la piel que conocen como conocen la palma de sus manos. Se succionan el cuello, se chupan y se vuelven a unir en un mar de saliva, sudor, lágrimas y rasguños. 
Se aferran para decirse adiós. Se atragantan para no olvidar. Se cuecen en el calor del otro para marcarse a fuego para siempre. Quizás incluso para otra vida que venga en camino. Se piensan a la par en un estado alucinógeno porque no es bueno mirar por la ventana. Se olvidan de ellos y del tiempo, de las nubes y de las canciones que escuchan en ese mismo momento mientras se cojen con fuerza y violencia. Se arrancan las pestañas mientras gritan con pasión. Se gimen mientras vibran en sus vientres. Y arremeten contra el otro cuando se dicen de todo. Se insultan, se besan, se escupen, se besas, se vuelven a decir de todo. Se pinchan la carne. 
Se comen.
Se saborean.
Se dicen te quiero.
Se golpean.
Se aman de nuevo.
Y vuelven a empezar antes de que el sol ingrese por la ventana. Antes de que los pájaros anuncien el final. Ese que ellos mismos no anuncian pero sienten en el pecho y en el sexo. 
Se miran, por primera vez se miran.
Se lloran
Se dicen te quiero, se reclaman, se perdonan.
Se despiden.
Hasta la siguiente noche. 

Colores

Hay colores que se pintan en el cielo,
aunque el pintor no pueda alcanzar
la magnitud del dios creador,
colores que no puede alcanzar.
Será el hombre quien pueda pintar
los colores que ni el destino pudo imaginar,
colores que se sienten, no se miran,
colores en el alma y la calma.
Hay colores de todos tipos,
colores que parecen fuego,
colores que se llenan de frío,
colores que no dicen nada de nada,
colores que son solo colores,
colores que pestañean el olvido,
colores que recuerdan el pasado,
colores que no son solo colores.
Y esos pintores de sueños y murales,
con sus colores llenos de tentaciones,
de morder, de matar, de dibujar,
se pelean por contemplar el placer.
Y no entienden de razones,
corazones que no saben adorar,
porque no se ama lo que no se pinta,
no se desea lo que no se imagina.
Ay de los pintores sin sueños,
condenados a repetir otras paletas,
ay de ellos y de mí,
que no puedo pintarte en ningún color.

Madre

Madre de las batallas,
de las canciones y los budines caseros,
del buen trato y el respeto mutuo,
de los corazones alegrados,
de la gente emocionada,
de los buenos días,
del mate amargo como manda el abuelo,
del silencio después de la cena,
de las aventuras de otros tiempos,
de las manos del trabajo,
de los pies de la lucha,
de la justicia en el hogar,
de la esperanza como motor,
de los deseos y sueños, y ganas y dolores,
de todas las noches un buenas noches,
de un saludo a toda hora,
de los días que se perdieron,
de la paciencia que perdona,
de las ganas de mirarte y abrazarte,
madre de todo lo que soy.

Las callecitas

Hay una calle abandonada donde parece sonar el tiempo, Pedro Aznar y la arena de los días y los relojes que corren con la velocidad del tiempo que quiere quedarse atrás para siempre. Corre como la luz, corre como el prófugo de la ley, corre como alergia en primavera. Corre y nunca mira atrás. Más que una calle es un caminito. Un pasaje perdido en la ciudad del humo y la contaminación. Las avenidas y los autos importantes parecen haberla olvidado, como el barrio, las costumbre, los buenos modales, la buena política y los saludos de domingo por mañana. Es un empedrado parejo, prolijo, coqueto ante los edificios que le dan la espalda. Le dan la espalda porque en los gigantes de cemento dar la espalda es lo más común. Lo más sencillo. Lo más fácil. Pasa con el pasado de la gloria que todavía resiste en esos adoquines viejos que iluminan las calles, muestra de los tiempos lejanos. 
Como esa calle abandonada pero llena de colores, triste pero llena de vidas e historias, debe haber otras tantas miles. Perdidas entre las ciudades y las velocidades con la que caminan las gentes de estos días. Condenadas a esperar la lluvia así, detenidas en el tiempo, con cien anécdotas y leyendas que contar. Esperando algún negocio inmobiliario que termine con tantos años de quedar en el paso del tiempo. Esperando desaparecer. 
O esperando algún turista que quiera retratar una foto o alguien que quiera rescatar del tiempo un poco de lo que fue, o lo que pudo haber sido. Son las callecitas que cantan en silencio. Son las callecitas que florecen hace décadas. Son las callecitas que fueron. Son las callecitas que quieren ser. Son un poco de todos. Son sus habitantes. Son su gente. 

Historia de los meses tristes

I
Apareciste una mañana con un mate en la mano,
una sonrisa pecaminosa y las manos temblorosas.
Eras un remolino en el mar,
un sin sentido apabullante dentro de ese mar.
Dijiste hola y me diste una guitarra,
no sabías ni un acorde pero sabías mirarme.
Tenías la cara llena de sol,
perseguías mariposas y sueños en el aire.
Eras la armonía de una melodía,
la canción de los reinos más lejanos.
Las palabras casi siempre nos sobraban,
el sudor de las pieles nos sobaban,
el sexo nos hacía animales,
y tu vientre así me descansaba.
Fue una tarde que siempre recuerdo,
los besos ya no eran merienda,
mas las lágrimas besaban mejillas,
y tu boca decía eres el amor de mi vida.
Miraban los grillos tu cabello,
pensaban los árboles tu instinto,
yo buscaba adivinarte en la mirada,
tu te callabas los labios y la cara.

II
Deseabas un juego perverso,
de títeres y toda mi devoción.
Andabas arrojando flores,
¿¡Cómo no imaginarte así radiante!?
Ya no podíamos juntar las manos,
el espacio en la mirada lo decía todo.
En las estrellas yo sospechaba,
amor ni siquiera escuchabas.
Contemplaba tu felicidad,
soñaba volar allí contigo.
Creía ver dos amigos en la charla,
bailaban dos desconocidos en la nada.
Espalda con espalda, ya pensaba,
es cierto nunca hubo nada.
Y dejé de pensar en la justicia,
como en esa hermosa compañía.

III
Dejaste de golpear la puerta,
pero tus golpes siguieron en la frente.
Dedos de algodón, corazón de pompón,
piel de gamuza, fiera de cerveza.
Un vacío en el granizo se hizo pecho,
se sintió en el codo del desamparo.
Tú no brindas esperanza, amada mía,
tú no cierras la puerta, querida.
Voluntad al costado del camino,
tempestad en cada grito al destino.
Tu manipulación y mi inocencia,
tu justificación y mi venganza.

IV
Vida mía, ¿Dónde estabas esta noche?,
se escapaban los gorriones en medianoche.
La luna sonreía y nos brillaba,
se regocijaba, se burlaba, se despabilaba.
Hasta los amigos hoy parecen traidores,
hasta eso te has llevado a la neblina.
Mañana lunes voy a escribirte otra vez,
versos tristes sin objetivo ni lector.
Yo juraba en tu sonrisa, creía en tu mejilla,
confiaba en tu lectura silenciosa.
Pero hoy no te imagino en esa silla
sentada pensando y mirando hacia la vida.
Te imagino con sus dedos en tu rostro,
secando una falsa lágrima de compasión.
Con su pecho justificado en tu alma,
con su cuerpo atornillado a tu seno.
Tu risa también la imagino,
cruel manifiesto de la belleza,
tormento en el eco de la noche,
mentirosa sensación de escucharte .
De sentirte respirar en la almohada,
de oir tus susurros caminar,
de volver a esperanzarme como un niño,
que vienes a matear otra vez.


viernes, 14 de octubre de 2016

Martina II

Martina no solía temblar por nada. Pero esa tarde estaba petrificada, sintiendo el vacío del aire que se cortaba en seco sobre su rostro. Sentía que se mojaba toda su piel, los labios secos y la inevitable sensación de querer mirar siempre hacia la misma dirección. Martina era un huracán hirviendo. Un cruce de miradas podía durar una eternidad. Y la eternidad era ese espacio entre ambas mirada.
Para definir en una palabra aquel momento, su mente hubiese divagado entre la tensión, los nervios, la intriga y la excitación. Será acaso que lo misterioso seduce, se decía Martina en sus pensamientos pero la verdad era que no tenía mucho sentido discutir con ella misma. ¿Acababa de ser arrancada de su mente sin darse cuenta? Para Martina la vida solía tratarse de momentos pero nunca uno así, tan desorganizado y confortante. 
Martina intentó decir una palabra, un sonido intimidante, algo que transmitiera -le hiciera sentir- seguridad. Solo podía suspirar y sentirse una niña de diez años. Pero algo debía hacer. En cualquier momento la eternidad se esfumaría delante de sus narices.