La Pilner, caminó, y en la almacén local hizo algunas compras, charlando y comentando cosas con los vendedores que casi no sabían que responder. Muchos, por primera vez, conocían su voz, suave, erotizante, hermosa. Otros, casi que se la habían olvidado, pero lo poco que recordaban era bien distinto. Era otra vos, otra mirada, otro semblante, otra sonrisa, otra persona. Incluso otra ropa, iba vestida con un vestido de flores, insinuando bastante, definitivamente era otra persona, otra mujer que caminaba por esas calles por primera vez.
Las viejas de la estación, igualmente la miraron de reojo, como siempre hacían con todo el mundo o con los turistas o con los nenes. Las personas no salieron de su asombro en varios días y todos preguntaron lo mismo:
"¿Qué pensará Aragón?"
Un par de días después, Melina Pilner había caminado todas las calles, recorrido todos los negocios y hablado con todas las personas. Como si hubiese vuelto a nacer, la Pilner enamoraba mucho más que antes, e incluso algún rumor dijo que se había acostado con un joven, apenas salido del colegio, alguien que pocos decían conocer.
Ahora sí, se sentía con fuerza: Melina Pilner también engañaba a su marido. Lo decían las viejas, los viejos, los buenos, los malos, los chicos, las maestras, el cura y los locos. Aragón estaba de viaje y al regresar, no se le notaba nada extraño. Sólo por el hecho que varias personas juraban verlos algunas tardes, al regresar de su trabajo, asomado por las ventanas, como esperando a alguien o algo. Como si estuviese en una larga vigilia, a la espera de vaya a saber qué cosa.
Y alguno decía, que incluso, Aragón y aquel misterioso joven que se había encamado a la Pilner, se habían cruzado alguna vez. Los testigos de aquel estupendo encuentro juraban que hubo miradas, cruces, algún insulto.
"Le pegó, le pegó"-Gritó un nene por una calle de barro.
La noche en la que Melina Pilner iba a asesinar a su marido, la mujeres y los hombres habían hablado escandalosamente durante toda la tarde sobre un episodio. La Pilner había salido a los gritos de su casa, de donde escapan los gritos de Aragón. ¿Qué gritaban? Ningún rumor lo pudo aclarar, pero alguno dijo que se la vio saliendo con un bolso y con varias lágrimas recorriendo su cara.
Anduvo sola caminando por las calles, sin compañía y con cara de volver a ser ésa que siempre había sido. Nadie pudo hablar con ella, nadie supo realmente por dónde anduvo, hasta que pasada la hora de la merienda, Melina Pilner volvió a su casa.
Sólo se supo, tiempo después, que al llegar, se dirigió a su cuarto, allí estuvo un par de horas, hasta que tomó un cuchillo y atacó por detrás a su marido. Más de veinte puñaladas, dijeron. Llegaron a las treinta, dijeron también. También dijeron que con apenas una en el cuello había alcanzado.
Tiempo después, también se supo, que Melina Pilner, luego de asesinar a su marido, se tiró del balcón de su lujosa mansión donde murió al instante. También se comentó, tiempo después, que antes de arrojarse, se cortó las muñecas para desangrarse.
Nadie supo qué paso realmente, nadie supo por qué realmente. Nadie quiso saber o a nadie le interesó saber. Nadie supo nunca tampoco, cómo era Melina Pilner con su marido Américo Aragón, cómo la trataba él, si realmente se engañaban. Nadie supo tampoco nada de ellos en quince años. Nadie supo, porque nadie quiso saber, porque nadie lo intentó, porque así son los rumores, y así son las personas cuando sólo saben rumores.