viernes, 24 de febrero de 2023

a esa angustia metida

 dejé algunos momentos 

en el pasado

como reglas ortograficas

y puntos finales;

mas nunca juego con nada

a veces deambulo en 

sueños

inseguridades

algo de calambres

y deseos sexuales;

aunque siempre te encuentro en mi mente

no quiero abrazarte

porque si eso yo hiciera

no te irías para siempre

sábado, 5 de septiembre de 2020

Se me parte la cabeza,

es duro,

un hacha desarma

cada duda. Y te digo

que camines por mi 

mente

pues te partes

y desnudas

martes, 1 de septiembre de 2020

Nos llegan noticias

todo es una mierda

el mundo se va al carajo

y él se está muriendo;

nos llegan noticias

de otro país

y de otra ciudad

y de otra familia

y de otra persona,

otro borracho más,

uno entre tantos, uno entre los miles que andan por ahí,

nos llegan noticias,

de esos y

vaya que 

leemos las noticias

que nos llegan

a nuestra puerta

café en la mano

cielo de almejas,

llegan noticias

aviso

que llegan noticias,

nosotros

igual

nos vemos una peli

hola

hoy otra vez

me tomé una cerveza,

como ayer

y como anteayer,

hola otra vez

acá estamos

todo al revés;

pero hola

no te olvides

hola

¿no querés que vayamos a coger?

domingo, 5 de julio de 2020

Oh

Me desvelo, me desnudo, me enternezco,
te pienso, te anhelo, te despierto.

Te poseo, te contemplo,
me comprendo

Oh, qué pecado
En la noche tan pasiva
no mojarme yo en tu río. 

miércoles, 17 de junio de 2020

La cosa

Quería cogerla, poseerla, dominarla y hacerla mierda. No se cómo. Mejor dicho, se me ocurrían mil maneras de poder hacerlo. Todas perversas, oscuras, todas maneras que le darían vergüenza a más de uno con solo escucharlo. Estilos de penetración, de golpes y de apretujones. ¿Lo sabía eso? Hay diferentes maneras de apretujar algo.  Puede ser con las dos manos,  bien fuertes, puede ser con una mano y con la otra sujetar el cogote para que no se escape en algún movimiento de viveza criolla. Se puede apretar con los dedos, como si estuviésemos sacando un grano de la piel de un adolescentes. También se puede, hay que animarse y no es fácil, cerrar el puño bien fuerte y apretar de esa manera. Como si fuese una trompada de Rocky en cámara lenta. Pero tenía que ser delicado, tampoco quería romperla antes de hacerla mía. No era mi intención que se me hiciera cristal y se me destrozara bajo mi cuerpo. Por lo menos no tan pronto. 
La cuestión es que yo quería dominarla, hacerla pelota con ambas manos, enfrascarme en sus jugos interiores y sentir que me chorreaba la boca, la pera, la barba, el cuello, la cadenita de no se qué cosa del espíritu santo que me regalaron y siempre llevo colgado como una especie de talismán contra el mal, la envidia y los hijos no deseados. Quería sentir lujuria en la boca y vibración en los dientes mientras se lloraba en mis labios.
Podía hacerlo con los ojos cerrados. Sí, podía. De hecho, lo deseaba y hasta me resultaba irresistible. En el medio del goce cerrar los ojos, terminar el asunto con los párpados caídos para deleitarme. Placer por autonomasia. Abrir los ojos luego y decir dios. Suspirar y contemplar la gula cayendo por mi cuerpo, desparramándose por mis venas y mi piel hasta mi verga. 
Bien goloso. Bien sádico. 
Por eso quería hacerla mierda. Romperla en ese mismo instante. Sus curvas tan frágiles me ponían a mil, necesitaba recorrerlas con las manos, chuparla y succionarla de un saque. Que hiciera ruido mi boca mientras la succionaba, mientras le sacaba hasta la última gota de ese placer hermoso. Si le daba con la fuerza necesaria hasta podía estrujarla con mis manos, hacerla añicos, destruirla. Podía hacerle lo que quisiera, si total era mía. Estaba bajo mi órbita, bajo mi poder. Y, lo mejor, no podía escaparse. 
Pero una cosa así hay que disfrutarla con tiempo, pensaba. Me decía a mi mismo: Manoseala un rato, sentí esa frialdad en las palmas de tu mano, sentí como toma temperatura con el roce de tu cuerpo aunque se niegue. Disfrutala, volvía a decirme, un ratito antes de que se abra, antes de que haga ese ruido tan característico, mezcla de gemido, mezcla de queja. Ahí sí, ahí podría meterle un dedo si tuviese ganas. O dos si estaba bien mojada esa entrada. 
También me decía que si la dedeaba podía sentir la frescura de su interior y de alguna manera haría todavía más sensitiva la experiencia de poseerla, a ella que era mía y de nadie más. Pensaba sujetarla, levantarla con las dos manos y ponerla arriba mía. Que me diera placer desde ahí. Que se desarmara sobre mi, que se hiciera líquido sobre mí, que se desintegrara sobre mi boca. Pasarle la lengua y llevarme todo de ella, para siempre. Para mis adentros. 
Luego solo me quedaría pensar qué hacer con sus restos, con lo que quedase de ella. Nada difícil, me decía: Añicos envueltos en papel de diario, un tacho de basura o un basural. Sí, me decía, mejor ahí. Nadie la encontraría. Bah, nadie la buscaría tampoco. 
Solo era ese instante, ese momento de placer, ella estaba reducida a eso, a dejarse beberse por mí. 
Porque era mía, mía, solo mía...
esa rica botella de coca cola. 

lunes, 15 de junio de 2020

El encuentro

Cuando se terminó la copa de vino me decidí. La besé como nunca había besado a nadie, sentí su respiración sobre la mía, su entrecortada respiración sobre mi nerviosa cara que movía sus labios con bastante lentitud. Ella siguió el ritmo de la orquesta como el músico que se suma tarde y tiene que ser prudente para no sumarse en un tempo equivocado. 
Mi mano derecha tomó la suya. Le sudaban las manos. Mi mano izquierda colgaba inerte y bien estúpida, el brazo que le antecedía pesaba una tonelada. Sudé, ella también. Su boca olía a jazmín, lo juro. 
Un reflejo en mis ojos cerrados me mostraron la imagen desde afuera: Neblina en el ambiente, una luz púrpura, dos adolescentes que hace tiempo había dejado de ser adolescentes.
La seguí besando y dudé. ¿Hasta cuándo? Cada medio segundo ella hacía como una especie de pausa con sus labios y movía un poco la cadera. ¿Qué quería decir? ¿Buscaba que haga otra cosa? Dios mío, era el mejor beso de mi vida, pero quizás ella ni lo sentía. Su lengua tibia, sus mejillas suaves, su cabello que me alcanzaba con su fragancia. Volví a dudar. 
Ella me tomó ambas manos. Me avergoncé. Desde chico me sudan las manos cuando no tengo la menor idea de qué hacer. Como si estuviésemos en un escenario me llevó a tomarla por la cintura. Seguíamos besándonos, todavía más lento, todavía más suave, todavía más excitante. 
Sus manos me hicieron danzar, o el ritmo de su cintura. O la manera en la que movía su cabeza mientras me apretaba contra ella. Su perfume. El color de su uñas pintadas. En lo ridículo del momento sentí mi cuerpo flotar y mi entrepierna arrancarse con furia. Ella mordió mi labio inferior. Tuve ganas de morderla por todas partes y de dejarme comer. Lento.
Entonces sentí como algo de nostalgia de viejos tiempos. Épocas donde nos hubiésemos quedado así durante horas, quizás noches enteras. Un intercambio interminable de saliva y mordeduras inocentes de labios adolescentes. En aquellos tiempos eso era tocar la gloria. La sensación de acercarle las manos a la cintura, intentar tocar su cola como si del mismo cielo se tratara. Algún beso con marca en el cuello, heridas a ocultar en los siguientes días. Fracaso inevitable, claro.
La nostalgia me inundó desde los pies hasta el cuello. Algo en mi quería que le llegara a ella, que se terminara ahí mismo. Sería perfecto, me decía mi yo juvenil e inocente. Escuchar sullivan street, un beso eterno, un calor en nuestros vientres y listo. Quizás una repetición, luego una anécdota. Y final feliz. 
Sin embargo ahí estaba, danzando con ella. O mejor dicho, ella danzando con mi cuerpo, manejando los hilos del tiempo y de mi respiración. Manejando a su antojo el roce de su piel con la mía. Yo quería mantener el capricho. El capricho de quedarnos ahí parado, como si nos apretáramos detrás de una columna en un salón de fiesta de 15. 
Pero no. El beso se cortó con una sonrisa tan suave y de dibujo lento como sus besos. Si era una señal no sabía cómo leerla. Acercó sus labios otra vez, esta vez hacia mi cuello. Sentí un escalofrío por todo el cuerpo cuando su lengua tocó mi piel. Me regalé a que recorriera ese sector que, pensé, se quería devorar. 
Cinco segundos más tarde solté un quejido de mi boca. Gemí con sus labios recorriendo desde la derecha hacia la izquierda. Tenía puesta toda la ropa y a su vez ya me sentía desnudo. 
Una mirada fugaz me cruzó cuando dejó de comerme el cuello. Era una invitación ¿a qué? ¿a qué hiciera lo mismo? No habíamos hablado de estas cosas cuando nos conocimos, tampoco durante la cena de un rato antes. Habíamos charlado de tantas cosas, pero no de esto. ¿Quería que la devorara? ¿Quería que la desnudara? ¿Quería hacer qué? Siempre me intrigó y me incomodó ese instante, esa duda y encima ella con esa mirada que, dios míos, nunca me habían mirado así.  Parpadeé para revisar qué decían los manuales que me habían educado. Hablaban estos de volar la ropa, dominación, sometimiento y velocidad. 
¿Qué hago? le grité con mi mis cejas. 
Otro silencio de mirada cómplice. Ella percibió que me temblaba el cuerpo. Separó su cuerpo del mío y comenzó a descalzarse. Sus sandalias volaron por el cuarto y yo repetí, con movimientos torpes, la acción. Me volvió a mirar, me volvió a invitar. ¿Me volvió a invitar? Por una fracción de segundo miró mi boca y yo me pregunté si tenía manchados los dientes por el vino. Estiró su mano hacia mi brazo tembloroso. La llevó hacia su vestido, una suave pieza de color azul. Con suavidad levantó mi mano y esta a su vez fue levantando su prenda. Sí, me invitó, pensé. 
El vestido cayó a un costado luego de recorrer, arrugado, su panza, su tórax, sus hombros y su cabeza, siempre con mis tontas manos acompañando el descubrimiento. La tela del vestido era casi tan suave como sus manos. 
Llevaba una bombacha de encaje a tono. Sus tetas, al aire, me miraban con recelo. Quise contarle los lunares para no quedarme absorto en su pecho. Hizo un movimiento con los brazos, como si reconociera una fragilidad en esa acción. Identifiqué lo mismo en mí, pero yo llevaba más ropa. Comencé a sacarme la camisa, casi con violencia, motivado por la incomodidad de no estar llevando la iniciativa. ¿No era así como tenía que ser? Quise revisar otra vez en los manuales de mi inconsciente, pero ella ya estaba sujetando mi pantalón. 
Sus manos recorrieron mi cintura y sus dedos se metieron dentro. La diferencia de temperatura me hizo temblar. Al instante desajustó el cinturón y comenzó a desnudarme, a desarmarme, a desfigurarme la elegancia que había estado construyendo desde hacía varios días. 
Desprotegido me sentí más excitado. Desnudo y desnudado. Parado sobre el pantalón hecho un bollo en el suelo y ella sentada en la cama, delante mío, sin mirarme a los ojos. Cuando abrió la boca desvié la mirada al techo. No podía mirarla, era demasiado para mis sentidos: Le escuchaba los ruidos de la boca, le olía el cabello y en mi boca percibía el sabor a vainilla y desparpajo. Y sentía, sentía. Vi más de cerca el techo cuando mis pies se fueron levantando como si anduvieran por el lago de los cisnes. Quise contar las vetas de la madera y notar los adornos. Vi una lechuza que parecía hecha con papel y unas piedras que me recordaron a la luna. O andaba yo en la luna. O la luna andaba en mi.
Llevé mis manos hacia ella casi por instinto. Me sentía succionado, drenado, quería gritar y temblar. Mis pulsaciones aceleraron como montaña rusa. Por la ventana, entrecerrada, veía la calle y luces que pasaban de un lado al otro. Rojas, azules, amarillas. Azules, rojas, amarillas. Se mezclaban y dejaba una estela como en las películas. Había una paleta de colores en la calle y en su boca. 
Me sentí frágil y contradictorio: Un fuego en la entrepierna y un océano en mi pene. Tuve que controlar la respiración y exhalar por la boca. Ella subió la velocidad de su accionar y luego frenó. Pareció congelarse mientras yo me aliviaba. Había ternura en la sensación, había violencia en la imagen y yo no había hecho nada para evitarlo. ¿O tenía que hacer algo más? ¿Tenía que decirle algo? 
Sentí que me recorría con la lengua. Luego hubo una pausa. Volví a mirar. Ella me miró desafiante. Se paró y acercó otra vez los labios a los míos. Nuestras bocas se fundieron y sentí sabor a mi cuerpo. Mejor dicho, sentí sabor a mi cuerpo en su cuerpo. Ella lo inundaba todo. 
Nos separamos. Ella volvió a desafiarme con su cara. No apartó un segundo la mirada de mis ojos mientras se alejaba y se iba recostado sobre la cama. Mire alrededor como si esperase una voz de manual que dijese es ahora macho, es tuya, hace lo que quieras. Ella se había fundido con las sábanas y juré que una fragancia a vino recorrió mi cara. Tenía piel delante mío. Tenía un cuerpo desnudo esperando que lo tome. Tenía dos piernas abiertas delante mío esperando que, sin permiso, las atravesara para llegar a la gloria. Tenía todo para mí.
Volví a mirar. No apareció nadie, ni escuché ninguna voz ni recordé ningún manual. Dejé que mi cuerpo se desplomara lentamente sobre ella. Quería que me besara, pero adiviné en sus párpados cerrados que esperaba lo mismo. Lo hice. Otra vez esa lentitud de labios y lengua. Ahora ella me invitaba a desarmarla ¿era así? Sus manos se encontraban por detrás de mi espalda y sus piernas se abrían todavía más. Su vientre parecía mojado. Corrió la boca y entendí que me permitía comerle el cuello. Quise imitar lo mismo que ella había hecho minutos atrás. Su perfume era todavía más sensual. Sentí más ganas de recorrerla con mi nariz que con mi boca. Le besé el cuello con timidez y escuché su gemido. Volví a repetir el movimiento y agregué mi lengua. No quería empaparla, quería hacerla disfrutar. Le gusta, pensé cuando volvió a gemir. ¿Pero durante cuánto? Alguien me había dicho que pasar al trámite era lo más importante y lo único que me tenía que preocupar, pero la espera estaba resultando fascinante. Sentí miedo otra vez, miedo a que se aburriera. 
Sin darme cuenta mis manos se soltaron de la gravedad que las ataba a la cama. Comenzaron a recorrer su cuerpo y su piel. Mis labios seguían el recorrido del cuello. Alcancé sus tetas y las acaricié, todavía temblaban mis manos. Pensé si tenía que dirigir mi boca hacia allá. Hacia esos senos que ahora, con torpeza, intentaba masajear. 
Lo hice. Llevé mi boca hacia sus tetas y sus pezones. Comencé con lentitud. Le besé una mientras le tocaba otra. Luego cambié. Besé la unión de ambas y besé jugando con ellas. Era tonto, pero pausado. Cada vez que besaba mi cerebro le ordenaba a mis manos que manejaran la fuerza. La delicadeza no era lo mío y nadie me lo había enseñado. Mis manos volvieron a sudar. Bronca. Entonces escuché la primera palabra que dijo desde que había entrado al cuarto. Apenas un monosílabo que entendí como invitación cortés, como aceptación de una mayor compartida:
-¡Sí! 
Bajá más, me dije para mis adentros. Debo haber temblado porque sentí sus manos que me acariciaban con ternura las mejillas y la cabeza. Le quité la bombacha de encaje y vi, fascinado, cómo salía por sus piernas. 
Ahí la tenía, desarmada. Desnuda para mí. ¿Para mí? me pregunté. Desnuda conmigo. Su cuerpo sobre la cama, boca arriba, una pequeña sonrisa mientras me miraba. Yo observé por un dos segundos que me parecieron una década. 
Acerqué mi cabeza a sus piernas. Primero la izquierda, luego la derecha. Las besé, las acaricié, las tanteé y apreté junto a mi boca. Creí percibir algo de temblor, como el que había recorrido mi cuerpo buen rato atrás. ¿Estaba nerviosa? ¿Estaba preocupada? Moví mis manos sobre sus muslos, hacia adentro, hacia arriba, hacia ella, hacia lo profundo. Quería hacerle sentir varias cosas al mismo tiempo, aunque me parecía imposible. Yo no dejaba de sentir esa volcancito en el pecho, mezcla de duda y calentura. Los manuales, esos que podía recordar si cerraba los ojos, decían que al sentir ese volcán había que descargar en la posesión de otro cuerpo. Que había que dejar desparramar la lava, que siguiera el camino para el cual, decían, estaba destinado. Que la naturaleza, que lo obvio y que lo dictado. 
Pero yo no quería soltar un volcán y nada más. En cierto punto lo quería para mí, por eso hubiese congelado el tiempo antes. Pero un volcán no se puede congelar, o no se puede congelar tan fácil. Entonces al volcán hay que vivirlo, no descargarlo. Pensé en esto mientras subía con mi boca hacia ella, ¿estaría dándose cuenta de todos mis pensamientos? Creo que en un momento sentí que leía mi mente y temí asustarla. ¿O ya estaba asustada? ¿O tenía yo tanto miedo que valía para los dos?
Besé su vagina. La recorrí y seguí acariciando sus piernas. Estaba mojada y transpirada. Yo también. Ella tomó mi cabello con sus manos y apretó mientras sentí que su respiración se agitaba. Se estaba preparando, evidentemente, para algo. Decidí que quería quedarme con su sabor en mi boca. Besé sus labios, la piel sensible. Arriba, abajo, de un lado para el otro. Quise hacerlo en cámara lenta, pero sentí que el tiempo se aceleraba como si viajásemos a la velocidad de la luz. La relatividad. 
Usé con precaución mi lengua y comencé a mover la boca. Besé su clítoris sin despegar mis labios de su piel que vibraba. También sus piernas a mis costados y su vientre, bien cerca de mi frente. Besé y bajé, chupé y me moví, volví a besar y succioné, luego subí y volví a bajar. Hice círculos sobre su vagina y caminé con mi lengua sobre su vulva. Abría la mandíbula y la cerraba a medias. Creí estar haciendo algo digno. Mi erección se mantenía al ritmo de su cabeza que se movía agitada de un lado al otro. Sentía que exhalaba fuerte y gemía. Me detuve. 
Ella estaba boca arriba recostada sobre la cama, tenía las piernas flexionadas, los brazos debilitados y me miraba, me miraba, me miraba. ¿Otra invitación? Hubiese tomado un trago de cualquier cosa en ese momento. Pensé: Tengo una mujer delante mio, desarmada como yo, desnudada como yo, desabrigada, mojada y sudada. Ahí enfrente mío el dilema. Disponer de sus agitaciones. ¿Podía habitar su cuerpo? ¿Podíamos habitarnos mientras nos revolcábamos en la cama? 
Miré hacia atrás, en sentido figurado y literal. Busqué mi campera, pero recordé que había quedado en la otra habitación. Ella me señaló la mesa de luz. Miró hacia ahí y luego me miró a mí. Entendí. Me acerqué y saqué un preservativo. Segundos más tarde ya envolvía mi pene que se preparaba para penetrarla, para enterrarse en ella. 
Abrió sus piernas un poco más y estiró los brazos como invitándome a un abrazo. Lo hice con todo el peso en mis rodillas. Intenté acercarme al mismo tiempo que me dirigía a su vagina. No recuerdo que entró primero: Si mi pene o mi lengua en su boca para otro beso, más cortado por los gemidos de ambos. Cuando la penetré no pude evitar pensar otra vez en eso de la imagen y la sensación, en eso de la ternura y la violencia. Nunca había pensado en eso durante una penetración, pero ahora ya no podía dejar de hacerlo. Ella se movía como en un tango, parecía todo ensayado, todo coreografiado, sus piernas, su cintura, sus nalgas y su boca que ahora gemía en mi oreja; todo ensamblado. 
Con sus uñas se paseó por mi espalda. Creí sentir un rasguño y luego un apretón de sus manos hacia mi piel. Eso me hizo aumentar la velocidad de la penetración. Quería estar más adentro, sentir que recorría más con mi pene despierto y encendido. Sentí humedad en la entrepierna. También en el cuello, en la boca del estómago y las piernas. Si era ella o yo, no lo sé. 
Y yo gemía, gemía una y otra vez. Salían los ruidos y expresiones de mi boca como si golpearan desde adentro una pared de cristal construida por lo manuales y por mí mismo. Gemí soltando la cabeza para atrás varias veces. 
Volví a aumentar el ritmo, como si quisiera taladrar hasta un fondo imposible. Ella me movió las piernas, las levantó y colgó sobre mis hombros. Yo hacía fuerza con mis manos sobre las sábanas para mantener la mirada en su rostro, en su boca que se abría y en sus ojos que se cerraban con furia. Le miré el ceño fruncido y sentí su vientre que se contraía, las piernas temblar y las manos aferrarse a mí. Me detuve al mismo tiempo que gritó. Fue como un La Mayor soltado al aire. Entendí que tenía que mantenerme ahí, quieto mientras su cuerpo se relajaba luego de la intensidad, con su vagina mojada y su boca tomando bocanadas de aire. Sentí sus manos recorrerme la espalda y la cara. Volvió a besarme, con la ternura de cuando recién terminábamos el vino. Un vino acabado. 
Luego de otro beso, y mil preguntas que me recorrieron la cabeza, movió su cuerpo como pidiendo que siguiera con mi trabajo. Volví a sacar y meter mi pene, a penetrarla como un taladro, esta vez con las piernas bajas. Sentía vibraciones en todas partes y ya no encontraba manera de torcer los dedos de los pies sobre la cama, sobre la arrugada sábana que cada vez estaba más afiebrada. Sentí que en cualquier momento me explotaba sobre ella, sobre la sábana y mi cuerpo se iba a desplomar. 
Entonces tomó mi cabeza con sus manos y me dijo:
-Dejame dar vuelta
Cuando saqué el pene de su vagina fue como si abriera una pequeña catarata. Ella me besó una vez más e intentó moverse, pero yo, tonto y disfrazado de estatua, evitaba que se saliera. Tarde medio segundo en darme cuenta de lo quedado que estaba. Solo me había puesto a pensar en lo derretido que estaba yo, absorbido por mis pensamientos. Me corrí y ella se movió para darse vuelta. Lo hizo al instante y ahí la tenía yo, boca abajo. Le miré la espalda y la espina dorsal, volví a contar sus lunares y acerqué mis manos hacia su culo. Tuve ganas de masajearlo, de lamerlo y hasta de comerlo. Recorrer de arriba hacia abajo ese abismo era tentador, pero escuché que algo me decía mientras levantaba un poco las caderas hacia mi. Conteste, con timidez, besándole la espalda y la cola. Quería ese sabor. 
Volví sobre su vagina, esta vez desde atrás. La penetré y esta vez ella gimió más fuerte. Ya no se movía antes, ahora descansaba su cabeza sobre la almohada. Su pelo, despeinado, me resultaba excitante. Seguí penetrándola con la misma velocidad que antes, pero ahora apretando sus nalgas y chupándole, cada tanto, el cuello, Le gemí en el oído a propósito, porque sospeché que le gustaría y porque pensé que me sentía bien hacerlo. Mi pene entraba y rozaba en su vagina, vibraba porque vibraban las paredes de ella y luego aflojaba para volver a la carga otra vez. 
Otra vez pensé en la imagen y en la posesión. De alguna manera ahí estábamos. Ella entregada a mi pene y yo entregado a su postura y su cuerpo. De vez en cuando volvía a acercarme a su cuello y un par de veces nos fundimos en besos, de los más ricos. A ella le gustaba mi voz y a mi me gustaba su boca abierta. Ambos nos gustábamos gozando. 
Se relajó su cuerpo cuando vibró al máximo. La sentí acabar como no la había sentido la primera vez. Yo apenas podía resistir unos segundos más. Me sentía casi derrotado por su vagina. Eyaculé gimiendo de placer. Y ella, creo, lo sintió. Llené el globo de semen. Deseé ver mi semen en su espalda, en su cola, en su boca. Pensé en la locura de ser un montón de flujos corporales que puede encontrarse en dos cuerpos. Quería sentir el sabor de cada uno en el cuerpo del otro. 
Saqué mi pene de su vagina y retiré el preservativo. Ella se volteó apenas un poco y me miró. Estaba tirada sobre la almohada. No lo pensé, solo sentí que mi cuerpo se desplomaba al lado suyo. Totalmente rotos los dos, llenos de miel. Quise hacer alguna observación, pero me quedé sin palabras. Sentía la boca seca y los ojos agotados. Volví a mirar alrededor por si escuchaba la voz. ¿Algo de ponerse la ropa? No. 
Le pregunté cómo estaba. Pensé que en mi descarga casi no le había visto la cara. Descubrir dos sinfonías diferentes puede ser muy doloroso, sobre todo cuando los manuales siempre terminan de la misma manera. Individual, indiferente, impersonal. Ella escuchó la pregunta con los ojos cerrados y sus manos sobre las mías.
Todavía le podía oler el perfume y todavía le sentía el sabor de la boca. Me sonrió.
Me besó y me dijo algo que nunca contaré. 

viernes, 5 de junio de 2020

Cumbia

Fuerte, al palo,
nada sexual
solo cumbia
o no,
todo es sexual,
vos y yo, y esta amargura continental;
meta cumbia
porro
mate,
vino
sabana
toalla
grito
escupo
bailo,
cumbia para una noche que sea futuro de las noches,
sabia en la piel
cumbia en los pies,
                                                            rotos.

jueves, 5 de marzo de 2020

Quisiera escribirte 150 mil poemas nuevos,
una canción apurada
o un haiku como si naturaleza viva fueses;
apenas si me dan
las ganas
para quedarme atrapado en tus brazos,
colgado de tu sexo,
lleno de lujuria,
adrenalina completa,
¿dije apenas?
mirame extasiado,
se me seca la cara,
vacían mis venas,
fracasan los versos,
suspiro en tu espalda
y volvemos a la cama.

lunes, 17 de febrero de 2020

Miel

Busco miel en la cascada,
                                                                                                             te miro
chorrea néctar la piel,
yo busco porque anhelo encontrarte
desparramada en la cama
extasiada en tu boca
tu pecho
piel
espalda;
busco la miel, la miro y la penetro,
todavía la miras
enfundada en la luna una sonrisa llena de canciones,
                                                                                    las miro
contentas,
convulsionadas en la sábana
y ando con ganas de miel en mi boca,
de tanto mirar ya no se bailar,
resta esperar invitar a pasar
llenos de miel
expectantes de miel.
golosos de miel.