Había una época en que los niños se aferraban de la mano a sus madres y les imploraban que nunca jamás los dejen de querer. Era ese tiempo, el más maravilloso de todos los tiempos.
A veces creo que esa época dejó de existir, que no existen más los momentos en donde la única preocupación era divertirse, jugar, bailar, cantar, dibujar, gritar solo por querer gritar, reir, volvernos a divertir.
A veces pienso que todo ese camino quedó atrás, y parece ser que no volverá jamás. ¡Qué cosa loca la vida! El simple momento en el que acabo de escribir esto ya pasó, ya no volverá y nada puede evitar ese ciclo loco e infinito de la vida.
Lo cruel de todo es no saber nunca que vendrá después del momento vivido. Estamos atrapados en el presente. Y muchas veces caemos, como esta noche, en el error de volver atrás, de recordar, de rememorar esos momentos o esos olores, o esos sabores.
Quisiera volver a aquella época en que los niños se aferraban de la mano a sus madres, pero con mucha tristeza solo puedo decir que pasó, que ya lo viví. El tiempo, ese tal "Futuro", dirá si lo hice bien o mal. Sólo me quedan las fotos de tiempos pasados, que quiera o no, siguen viviendo en mi. En esta prisión eterna llamada Presente.
Aunque también se que todo lo que hace el hombre es aferrarse y en eso, quizás aquí venga la paradoja del asunto, nunca dejamos de ser esos niños caminando junto a sus madres. Un día es una madre, después una mujer, un hermano, un Dios; pero siempre estamos aferrándonos a algo.
Crecemos pero en el fondo quizás no, seguimos siendo pequeños que buscan aferrarse de la mano a su madre. La cuestión es nunca estar solos, nunca caminar solos, tener siempre, pero siempre, algo o alguien a quien aferrarse.
Paradoja, cruel: Crecemos para darnos cuenta que nunca dejamos de ser lo que comenzamos siendo.
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