lunes, 26 de septiembre de 2016

Martina I

Martina no entendía de muchas cosas. Sabía cocinar un budín de vainilla único, sabía coleccionar tazas de té, tejer bufandas, escuchar a sus amigos y algunas cositas más. También se manejaba bien en su trabajo aunque todos los días pensaba que tenía un mundo por conocer. Algunos lugares del planisferios los conocía por sus viajes pero no conocía mucho de esos lugares. Martina conocía de los Beatles también y algunos detalles de escritores conocidos. Pero no mucho más. Martina era feliz así, humilde y sereno carácter, persona de voz suave y palabras elegidas siempre con precisión. Una amiga le decía siempre que en su simpleza estaba su belleza. Martina contestaba que mucho en eso no pensaba. La belleza es parte de las personas y a las personas no se las conoce nunca. Por lo tanto no se conoce la belleza jamás. Como tal no existe. Martina había pasado horas de tren debatiendo esa teoría, que más que teoría era sensación. 
- Los momentos lo hacen todo- le decía a cualquier que quisiera escuchar.
Martina tampoco tenía grandes problemas, quizás por su forma de ser o por su forma de usar palabras, o porque los problemas no gustaban de ella o por algún misterio. O porque iban a llegar todos juntos. 
Cuando se enfrentó por primera vez a la desilusión lo lamentó por el otro y lloró en silencio. Sin lágrima pero con el dolor vomitivo en el pecho. Cuando murió su padre se encerró tres días a fumar y escuchar Soul. Cuando la abandonaron, viajó. Y cuando la despidieron se compró una caja de chocolate que jamás probó. 
Así que ahí andaba Martina con el brazo tatuado y un vestido blanco cuando se enamoró. Dicen que no se puede detallar el momento pero ella se dio cuenta en seguida. Cuando vio la comisura de su boca mientras sonría. Ese fue el preciso instante. Martina no sabía de muchas cosas pero en ese segundo lo supo. 

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