Yo venía en un colectivo de noche con doña Marta, una señora de mejillas rosadas que siempre andaba con varios ponchos encima. Ella hablaba de un nieto en Francia. Yo miraba por la ventana porque ya sabía la historia. Cerca de un cementerio lo vi. Lucía la novedad de estar recién pintado. Se me grabó en la mente y en las ganas de haber querido escribir algo así para ella:
Si algún día andas con el deseo de encontrarnos nuevamente, no te olvides que siempre tengo ganas de ser tu amigo.
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