jueves, 7 de febrero de 2019

El hombre

El cuatro de septiembre de 1928 el pequeño y humilde pueblo de Los Jazmines se levantó con la noticia que marcó a una, dos, tres y más generaciones. El hombre de Santa Marta se había despedido de la vida lleno de canas, deudas y unas penumbras en su rostro que asustaban a todos los niños que jugaban en la calle y solían cruzarse con él.
Los pueblerinos se fueron preguntando por qué. Su vida siempre había sido un misterio pero de esos llenos de normalidad y mediocridad. El hombre no se destacaba por nada, no tenía grandes aventuras ni historias épicas que los abuelos le cuentan a sus nietos, ni tampoco era alguien con un carisma extraordinario o esos dones que se cuentan por los pueblos. El hombre solo era eso: Un hombre. Normal, tranquilo, cotidiano, gris, habitual. Un sujeto que caminaba y caminaba. Un tipo que todos conocían pero nadie conocía.
Tan cotidiano era que algunos le llamaban costumbre. Otros lo insultaban y le llamaban aburrido. Una señora en la almacén comentó esa mañana en que las cuadras solo charlaban sobre la noticia que el hombre era una persona feliz. Tan feliz que solo él lo sabía y nada más le importaba.
Hay quien dice que también era borracho, que manejaba un campo en algún lado, que desperdiciaba dinero pintando la vereda de su casa una vez cada tres meses porque tenía tanto, pero tanto, dinero que ya no sabía a donde tirarlo.
Pero también algunos rumores decían que el hombre no tenía un peso, que su casa era una más entre tantas más; que las deudas lo aquejaban por las noches al igual que las pesadillas. Un vecino de la esquina en cambio dijo esa mañana que nunca había visto al hombre entrar a su casa, solo lo veía caminar por las manzanas del pueblo: Camino a la plaza, camino a la iglesia, camino al cementerio, camino a otro camino.
En los pueblos vecinos casi nadie lo conocía. Llamaba la atención a algunos por su tranquilidad, su nostalgia en la mirada pero una sonrisa extraña, a lo Gioconda, como esas personas que saben algo, o saben mucho, y poco lo dicen.
El hombre, uno más dijo alguien también esa mañana, se había marchado y nadie sabía. O todos sabían lo suficiente como para no encontrarle lo interesante en la noticia ni en su propia vida. Y sin embargo ahí estaba la gente dispuesta a armar una jornada de vela y debate sobre los misterios y pormenores de la vida del extraño sujeto conocido como el hombre.
Una vecina lo había cruzado hacía poco, unos días antes de su partida, y comentaba por aquellos días que el hombre era el eco de los rumores. Y que siempre se cagaba de la risa.
Quizás era eso, decía la mujer, solo un eco, un rumor, un misterio y un miedo. El miedo de que eso se termine.

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