lunes, 30 de mayo de 2016

Cuento IV

Pero cuando dio el paso, cuando se inclinó con el cuerpo hacia adelante, hacia él, Martín reaccionó, por primera vez en la noche cambió su postura y dio un paso atrás. Como un perro que encuentra a su amo enfurecido. Había estado esperando ese momento desde hacía un tiempo. Belén quedó a mitad de camino de un paso, entre un instante y otro, como en un amague congelado, pensando en ese movimiento torpe. Volvió a su posición original y a sus pensamientos. Me tiene miedo concluyó Belén porque otra cosa no podía ser. Quizás tenía miedo de que no responda o nuevamente no lo escuche, algo que en realidad ella pensaba hacer. Siempre con esa necesidad de querer hablar todo y encima hace frío y no comí nada, y me duele la pansa de frío y más frío...Belén no dejaba de pensar que en cualquier momento se convertiría en Martín de tanto quejarse. 
Aunque todavía no había convertido ninguna queja en palabras. No por ahora se convencía en secreto. Pensó en intentar a la fuerza volver a abrazarlo pero no le salió, pensó también en decirle algo, en gritarle, en mandarlo al carajo y decirle que la respete y que regrese cuando terminara la escuela secundaria. Martín si fuese ella solamente se pondría a cantar Slipping Away. Pero gracias a dios ella no era él. En ese momento sintió que tenía frío hasta en el pelo y que lo mejor era irse a algún lugar calentito. De hecho la casa de Martín no estaba lejos. Se imaginó allí, pegada a la cama por varias horas, comiendo chocolate, saboreando algún licor artesanal, mirando alguna película de mala calidad en el cable, debatiendo sobre metafísica, mirándose en silencio, se imaginó durmiendo sobre el pecho y el respirar de él y hasta ardió levemente al pensar en algún deseo que le surcaba la piel. Podían olvidarse de todo de una buena vez y tomarse de la mano e irse caminando. No había llevado la bicicleta porque no le gustaba usarla de noche y además últimamente estaba muy cansada casi a cualquier hora. Martín caminaba a todos lados siempre. Pero no le importó, podían irse caminando los dos, incluso hablando de algo pensó Belén, de esas cosas que él siempre quiere hablar. Podían tararear alguna canción o parar a tomar un café, el más caliente y fuerte que se pudiese imaginar porque además de frío, hambre, fiaca y vergüenza, también tenía sueño. 
Solo faltaba que Martín cambiara esa cara, esa mirada tan misteriosa que no terminaba de entender qué significaba porque seguro ni él sabía la explicación. Por lo menos ya había cambiado la postura y había demostrado que tenía sangre. Ahora solo faltaba que borrara esa mirada, que dijera algo más que ese discurso suelto de palabras que ya había dicho otras tantas veces, que diera un paso y listo, otra cosa, ya podían olvidarse del asunto e irse a comer chocolate y tomar café. Mañana sería otro día, ya no estaría de mal humor ni histérico, entonces recapacitaría, le hablaría al caer la tarde -siempre lo hacía a esa hora- le pediría perdón e intentaría finalmente comprender. Ella suspiraría tranquila y se prepararía el té a las seis porque a esa hora la llamaría o golpearía a la puerta de su departamento. Si Martín lograba superar ese desafío...
No había pasado ni un minuto de todo ese instante, de toda esa fotografía helada que estaban retratando los dos en esa noche y Belén pensó que ya estaba impaciente. Esperar no era para ella. Y no podía soportar toda la situación ella sola. Martín no hacía nada, solo estaba ahí con esa mirada perturbadora. Había dicho algunas palabras, sí, es cierto pero nada más. Quizás esperaba una respuesta de ella, algo concreto, como siempre esperaba como si fuese una oradora profesional, como si solo se charlara a través de discursos largos y eternos. No señor. Ella había intentado acercarse, besarlo, abrazarlo y mimarlo, pero él solo había dado un paso para atrás. Milagros no hacía y no tenía ganas de aprender a hacerlos.
El frío siempre le había parecido triste, así que pensó que seguramente por eso empezaba a sentir que le nacía una tristeza profética desde el vientre. Se le angustiaba la garganta y las cuerdas vocales y pensó también que seguro por eso no le salía ninguna palabra. Si lo hubiese hecho seguro hubiese balbuceado porque tiritaba. Y le temblaban las piernas como una bandada de pájaros que vuela antes del terremoto o la explosión del volcán.
O Martín decía algo más, como tarde o temprano siempre hacía, o ella iba a congelarse, aburrirse y marcharse, sin decir nada.
Entonces Martín cambió la mirada. El instante que apenas transcurría se reconvirtió con su nueva mirada que ahora parecía resucitar. Belén hasta creyó ver un resplandor en sus ojos. Él dio un paso hacia ella como para acercarse más y hablar en voz baja. Era la voz más dulce que había escuchado en su vida.
Llegué a la noche 99 dijo con firmeza. No puedo esperar otra noche más. Y se dio media vuelta para irse por la calle de adoquines antiguos.
Belén no se movió. Martín se había ido y ya había desaparecido en la noche. La esquina de esa bonita plaza era una postal solitaria, tanto como ella. No había podido reaccionar mientras él soltaba su cataratas de frases, porque en realidad había sido eso y no un par de palabras sueltas. En sus pensamientos y conjeturas no había escuchado. Intentó recordar algo de lo que le había dicho pero no podía recordar nada salvo algunas palabras sueltas. Fin, punto, pasión, despedida, golpe, historia. ¿Y lo demás? No lograba recordarlo y la historia del soldado y la princesa comenzaba a tener otro sentido para ella.
La noche era más fría que nunca y Belén pensó que la bicicleta al final no era ella. Cielos, nadie nunca puede ser una bicicleta. Es más que eso. Y una lágrima recorrió su mejilla mientras intentaba recordar todavía qué otras cosas le había dicho Martín mientras ella se nublaba en sus pensamientos.
Y el instante dio paso a otro instante. Porque la vida es eso, una seguidilla de instantes. Y muchas veces los detalles más importantes de la vida pasan en los instantes más pequeños.

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