martes, 11 de diciembre de 2018

River Plei

La final que nunca se debería haber jugado. La final más larga de la historia. La final de las mil palabras y de las mil cosas alrededor. La final más hablada. La final que supuestamente nadie esperaba se jugase bien. La final del mundo. La final de todos los tiempos. La finalísima. La final de las finales. 
La copa Libertadores barra Conquistadores de América 2018 debería ser casi en su totalidad un reseteo del fútbol sudamericano. Y la final -o las finales- dará para escribir un libro en el corto o mediano plazo. Andrés Burgo decía en Twitter unos días después de los triunfos de Boca y River en Brasil que para él la final no debería jugarse nunca. Que deberíamos estancarnos en una especie de espera interminable, eterna, incluso con cada equipo dictando el resultado que quisiera. 
Y casi que termina pasando en la vida misma.
Lluvia, piedras, Conmebol, jugadores tribuneros, dirigentes nefastos, hinchas haciendo lo que hacen los hinchas: Violencia. Pablo Alabarces lo explicó perfecto en Anfibia y cualquier señor o señora se da cuenta que quedó algo todavía mucho más turbio en la decisión de mandar ese micro por esa esquina. 
Pero si la copa 2018 debería ser un reseteo para el fútbol sudamericano el domingo del Bernabeú debe ser un reseteo para los y las hinchas de River Plate. Cualquier palabra siempre nos llevará a aquel partido con Belgrano en 2011, a los años oscuros, a la decadencia dirigencial y deportiva del club que nuestros padres y abuelos nos contaban era orgullo nacional. 
Curioso, todavía Ponzio no levantaba la copa y a mis casi 30 años me entera otra nueva cosa de la familia: Mi abuela materna, que falleció cuando mi mamá solo tenía 15 años, era hincha de River. Casi 50 años después este soñador que creció con los goles de Crespo y Ortega - y que se ha ido asqueando del folcklore machista, misógino y homofóbico del fútbol, incluso en el proceso de detectar estas cosas en uno mismo- se fue metiendo de a poco en la final, con los empujes de Gallardo, un Napoleón que todavía no quiere su Waterloo, de ese león inmortal Ponzio, de los goles de Pratto, de la inteligencia de Enzo Pérez, del coraje de Nacho Fernández, de las disculpas a Casco, de las manos de Armani disfrazado de Fillol, de Maidana y Pinola corriendo como si fueran dos pibes, de Palacios y Montiel jugando como veteranos, de la magia de Pity. 
Pero Madrid guardará también en los recuerdos una jugada maravillosa, un gol inmortal, digno del Bernabeú dijo Víctor Hugo: Juanfer Quintero es ese gordito que querés como amigo siempre, porque sabes que nunca te va a dejar en banda. No sé, será que mi mejor amigo es así o que si fuese una película norteamericana sería él quien se vistiera de héroe en la última. Claro esta vez pasó también en la vida real. Juanfer le devuelve hermosura al fútbol, a ese maltrecho, golpeado y cada vez más aburrido fútbol. 
Es la alegría de los que comemos mierda, de los que siempre perdemos, de los gorditos del picado entre amigos, de los que sufrimos la burla y el desprecio. Es la apoteosis de los que nunca ganan diría García Márquez. 
En la corrida del Pity también. Allí corren las ganas de llegar para gritar gol y abrazarte con tu gente, con tu pueblo. Corrés vos y corren miles. Una corrida memorable que se recordará como en Rosario hablan todavía de la palomita de Poy. 
Pero de los tres el primero tiene un no sé qué distinto. El gol del discutido, puede ser. El empate merecido, también. Pero sobre todo la jugada del gol: La diversión con amigos, tocar y jugar, lo que nunca debió dejar de ser. Ese gol, para mí, sintetiza lo que perdimos cuando crecimos. Por eso el fútbol es y será de los pibes y las pibas, como las que festejaron con camisetas de la banda roja en las calles estos días. 
Hay una herida que comenzó a cerrar, al fin. Alguna vez River Plate hizo que volviera a desear que llegaran los domingos. Hoy River me hace volver a creer que después de la derrota solo queda ponerse a pensar en el siguiente partido. 
Y eso, claro, aplica a la vida misma.

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