domingo, 16 de octubre de 2016

Las callecitas

Hay una calle abandonada donde parece sonar el tiempo, Pedro Aznar y la arena de los días y los relojes que corren con la velocidad del tiempo que quiere quedarse atrás para siempre. Corre como la luz, corre como el prófugo de la ley, corre como alergia en primavera. Corre y nunca mira atrás. Más que una calle es un caminito. Un pasaje perdido en la ciudad del humo y la contaminación. Las avenidas y los autos importantes parecen haberla olvidado, como el barrio, las costumbre, los buenos modales, la buena política y los saludos de domingo por mañana. Es un empedrado parejo, prolijo, coqueto ante los edificios que le dan la espalda. Le dan la espalda porque en los gigantes de cemento dar la espalda es lo más común. Lo más sencillo. Lo más fácil. Pasa con el pasado de la gloria que todavía resiste en esos adoquines viejos que iluminan las calles, muestra de los tiempos lejanos. 
Como esa calle abandonada pero llena de colores, triste pero llena de vidas e historias, debe haber otras tantas miles. Perdidas entre las ciudades y las velocidades con la que caminan las gentes de estos días. Condenadas a esperar la lluvia así, detenidas en el tiempo, con cien anécdotas y leyendas que contar. Esperando algún negocio inmobiliario que termine con tantos años de quedar en el paso del tiempo. Esperando desaparecer. 
O esperando algún turista que quiera retratar una foto o alguien que quiera rescatar del tiempo un poco de lo que fue, o lo que pudo haber sido. Son las callecitas que cantan en silencio. Son las callecitas que florecen hace décadas. Son las callecitas que fueron. Son las callecitas que quieren ser. Son un poco de todos. Son sus habitantes. Son su gente. 

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